Cuevas de Muriecho

20 de septiembre de 2013


El día que acabamos visitando Arpán y el Trucho, en realidad habíamos salido de casa con intención de ir a Muriecho. Ya toca.


Siguiendo nuevo ritual, cafelito en Colungo y de nuevo a la sinuosa carretera que va hacia Aínsa, para, según las indicaciones, desviarnos en el acceso al barranco de Fornocal, donde dejamos cómodamente el coche, a la sombra.. Cruzamos una barrera y comenzamos el paseo en una pista forestal entre pinares.


Y con recolectores de setas


Es una pista cómoda, sin casi pendiente, que sale del bosque para asomarse al barranco de Argantín y disfrutar de un claro panorama de los Pirineos.



El Vero.


Dejamos la pista, que llevará a los barranquistas hasta Fornocal, y tomamos un camino a mano derecha. Se va estrechando, cruza un barranquete, se convierte en senda, y, tras una corta bajada empinada aparece la cueva por sorpresa.



Las pinturas no se ven muy bien, pero representan una levantina escena de la caza de un ciervo por un montón de personajes y caballos. Nos lo creemos.


Desde la cueva hay una gran vista del Fornocal, y del Portal de la Cunarda, una de esas ventanas en roca que hay en estos barrancos. La más grande, aunque en la foto se vea pequeña por estar lejos.


En nuestra guía recomienda seguir un poco más al sur para llegar a un mirador enfrente de la Cunarda. Pero o no encontramos el camino o ha desaparecido entre toda clase de matas pinchosas. Lo intentamos durante un rato, salimos arañados, y nos volvemos a la cueva, a comer.

Y volvemos por el mismo camino, parándonos a fotografiar algunos árboles curiosos que hay.



También recolectamos moras, que harán una rica mermelada.

Paseo fácil y corto: queda tiempo para hacer turismo. Nos acercamos a Lecina, cuyo nombre proviene de "encina", probablemente por las que rodeaban el pueblo.  Hay una gran carrasca, a la que llaman "la castañera de carruesco", enorme y dicen que milenaria, bajo cuya copa se celebraron bodas, testamentos, y toda clase de pactos y tratos. Y con leyenda: En las afueras del pueblo había un carrascal donde vivían malvadas brujas, y donde había una carrasca joven, A ésta no le gustaba la compañía de las brujas, y estaba todo el día protestando, hasta que las brujas se hartaron y se largaron, pero antes concediendo deseos a las otras encinas, que pidieron hojas de oro unas y perfumadas otras. Al poco tiempo fueron saqueadas por los ladrones unas y zampadas por los rebaños otras, y sólo quedó la joven carrasca, y hasta hoy.


No se si llegarán a milenarios, pero no viven mal...


Hay casas bonitas, bien restauradas, de piedra. Y con arcos, puertas y ventanas bien conservados, como ésta.


De Lecina nos acercamos a Bárcabo, donde damos una vuelta junto a sus huertos, hasta su iglesia, con sus nichos adosados.



Y media vuelta, que estamos a mil curvas de distancia.

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